15/3/12
1/3/12
27/11/09
19/11/09
10/11/09
Traducir la pasión a una forma.
Siempre trato de traducir al lenguaje de las formas todo lo que me acontece, no hablo de las experiencias como elementos externos, de las cosas que suceden, sino de la impresión que causan dentro de nosotros, de cómo las hacemos nuestras, de estas que vienen de fuera, las manipulamos y metemos dentro de nosotros para convertirla en un furor interno, en una emoción, y entre ellas, por supuesto, la pasión.
La pasión, siendo ésta la que nos enfoca por el deseo hacia un ser externo a nosotros, tiene una forma que obviamente no vemos, sino que sentimos, además tremendamente.
No sé si ésta forma es la de la pasión en si misma o mas bien la forma que ésta le da a nuestro interior, pero es algo que nos agarra desde la pelvis hasta los hombros para rasgarnos y sacarnos de nosotros mismos. Tiene una forma y un humor, es exagerada, fuerte, afilada y se mueve de adentro hacia fuera, para colocarnos y condensarnos en ese punto externo a nosotros que está en otra persona, la cual por consecuencia nos puede poseer.
Aquí el sexo se pone en movimiento, tiembla y se estremece ante ésta posibilidad de existir, las tripas se retuercen, y las extremidades temen su desaparición por lo que se limitan a buscar al otro, la razón es apartada, y su gran aliada, la voluntad se subleva ante élla, la desobedece y escucha con atención a las vísceras para buscar lo deseado.
La razón, que se ve marginada porque todo esto se le escapa de su infalible e indefectible lógica, se enfada y trata de sabotear a toda costa esta vivencia, a sabiendas que ella es la que posee el monopolio de la sensatez.
Así que el sexo comienza a comandar, y no hablo del sexo como acto, como coito, como falo y vagina, esto seria como reducir lo que son nuestros pensamientos a una masa viscosa y grisácea, hablo del sexo como fuerza, como principio activo.
Ahora bien, ¿Cómo esto se traduce a una escultura? Hay que poner no sólo la forma, sino el humor de esta sensación, los materiales se hacen vitales, la pasión no es barro, no es blanda ni suave; tiene que ser fuerte, hiriente difícil de dominar, por supuesto, para mi, es metal.
Este es solo un esbozo, una fracción de lo que compone mis esculturas
La pasión, siendo ésta la que nos enfoca por el deseo hacia un ser externo a nosotros, tiene una forma que obviamente no vemos, sino que sentimos, además tremendamente.
No sé si ésta forma es la de la pasión en si misma o mas bien la forma que ésta le da a nuestro interior, pero es algo que nos agarra desde la pelvis hasta los hombros para rasgarnos y sacarnos de nosotros mismos. Tiene una forma y un humor, es exagerada, fuerte, afilada y se mueve de adentro hacia fuera, para colocarnos y condensarnos en ese punto externo a nosotros que está en otra persona, la cual por consecuencia nos puede poseer.
Aquí el sexo se pone en movimiento, tiembla y se estremece ante ésta posibilidad de existir, las tripas se retuercen, y las extremidades temen su desaparición por lo que se limitan a buscar al otro, la razón es apartada, y su gran aliada, la voluntad se subleva ante élla, la desobedece y escucha con atención a las vísceras para buscar lo deseado.
La razón, que se ve marginada porque todo esto se le escapa de su infalible e indefectible lógica, se enfada y trata de sabotear a toda costa esta vivencia, a sabiendas que ella es la que posee el monopolio de la sensatez.
Así que el sexo comienza a comandar, y no hablo del sexo como acto, como coito, como falo y vagina, esto seria como reducir lo que son nuestros pensamientos a una masa viscosa y grisácea, hablo del sexo como fuerza, como principio activo.
Ahora bien, ¿Cómo esto se traduce a una escultura? Hay que poner no sólo la forma, sino el humor de esta sensación, los materiales se hacen vitales, la pasión no es barro, no es blanda ni suave; tiene que ser fuerte, hiriente difícil de dominar, por supuesto, para mi, es metal.
Este es solo un esbozo, una fracción de lo que compone mis esculturas
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